Viajando Entre los Juegos de Lenguaje de las Ciencias del Comportamiento: Una Guía para Estudiantes

Esta semana contamos con la contribución del Dr. Jesús Alonso-Vega. Jesús, que ha conseguido recientemente su PhD (felicidades!), ha escrito una reflexión fantástica “dedicada para todo tipo de estudiantes, pero particularmente para estudiantes de las ciencias del comportamiento”. Jesús nos escribe sobre los trucos y consejos que él ha encontrado especialmente útiles para comprender los diferentes silos en análisis de conducta y aprender todo lo posible para maximizar el desarrollo del campo, animando a la integración y cooperación en la comunidad de analistas de conducta.

Esperamos que lo disfrutéis tanto como nosotros lo hemos hecho!

Colin and Dermot

Sobre el autor:

Jesús Alonso-Vega es investigador postdoctoral en la Universidad Autónoma de Madrid. Ha recibido el doctorado en Psicología Clínica y de la Salud por su tesis titulada “Análisis funcional de la interacción verbal entre terapeutas y clientes diagnosticados con trastornos mentales graves” dirigida por María Xesús Froxán Parga. Todo su trabajo como doctorando se centró en las aplicaciones del análisis de conducta tratamiento de problemas psicológicos, específicamente problemas relacionados con trastornos mentales graves y el análisis de la interacción verbal entre clientes y terapeutas. Realizó una visita de investigación en el laboratorio de Erik Arntzen en la Universidad Metropolitana de Oslo para recibir entrenamiento específico en análisis experimental del comportamiento. Esta visita lo llevó a realizar algunos experimentos para analizar la formación de clases de equivalencia en personas con problemas graves de conducta. Además, visitó a Dermot Barnes-Holmes en la Universidad de Ulster. Allí se centró en el desarrollo conceptual en el análisis del comportamiento para estudiar fenómenos conductuales complejos. Ahora está organizando algunos experimentos para estudiar cómo la coherencia del hablante puede influir en los comportamientos de seguimiento de reglas. En general, está interesado en mejorar la psicología clínica con análisis de comportamiento conceptual, experimental y aplicado; y en la difusión del análisis de comportamiento en España.

Viajando Entre los Juegos de Lenguaje de las Ciencias del Comportamiento: Una Guía para Estudiantes

“Ninguno de ellos definía los términos de una manera totalmente apropiada. Para ello, debían haber sido ser mis estudiantes” (Poling, 2010, p. 14)

Seguramente, muchos de nosotros nos hemos sentido identificados con esta cita.  Al igual que el profesor Poling, en su cita escrita con total ironía, hemos identificado que ciertos términos técnicos no se estaban utilizando de la manera más adecuada, por ejemplo, al colaborar con otros profesionales o asistir a una conferencia. De hecho, este efecto es aún mayor cuando leemos literatura que está fuera de nuestro campo.

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El término “juego de lenguaje” fue acuñado por Wittgenstein (1953) para llamar la atención sobre el hecho de que el lenguaje es parte de una actividad y el contexto en el que se genera es esencial para entenderlo. Probablemente, este término no aporte nada nuevo a un analista de conducta bien entrenado en conducta verbal, pero lo he encontrado útil para llamar la atención de alguna de las características de los términos científicos. Los términos técnicos y la jerga científica también forman parte de una actividad, y deben entenderse en relación con el contexto en el que fueron creados. Este blog está dedicado a todo tipo de estudiantes, pero particularmente a los analistas de conducta. El propósito es enumerar y discutir sobre las actitudes que creo que son útiles para orientarse entre la diversidad de terminología técnica y sus diferentes usos en cada laboratorio. En este blog, no voy a resolver ningún debate entre la mejor definición de un término técnico ni el uso adecuado que se pueda dar de él. Pero si me gustaría compartir lo que he encontrado útil para comprender, integrar y comunicarme con otros investigadores.

Los analistas de conducta solemos estar orgullosos de la precisión de nuestros términos técnicos, creo que tenemos buenas razones para sentirnos de esa manera, y solemos verlos como una de nuestras mayores fortalezas. De hecho, una de las características del análisis de conducta que personalmente disfruto es su especial cuidado por el desarrollo de estos. He encontrado los artículos o números especiales de revistas dedicados a discutir el uso de términos técnicos especialmente útiles para comprender el significado específico de cada término (por ejemplo, Catania y St. Peter, 2019; Poling y Li, 2020; para un ejemplo en español véase Pérez-González, 1995). Como comunidad nos esforzamos en pulirlos y especificarlos porque, entre otras razones, estos términos técnicos nos han permitido lograr el control experimental de comportamientos humanos complejos (e.g., Barnes-Holmes et al., 2005; Donahoe y Palmer, 2004; Sidman, 2009); nos permiten comunicarnos con precisión con otros analistas de conducta; y usándolos hemos evitado sufrir la crisis de replicación que está afectando de forma general a la psicología (Perone, 2018).

Me he centrado en este tema por diferentes razones. En primer lugar, varios estudiantes y profesionales me han comentado con preocupación que han encontrado varias definiciones del mismo término en diferentes manuales. Además, he notado que el uso de nuevos términos técnicos derivados de diferentes perspectivas en el estudio del comportamiento ha servido para aumentar las diferencias entre las personas que prefieren usarlos y las personas que no lo hacen. Finalmente, también he experimentado una tendencia entre algunos estudiantes y profesionales a reificar determinados conceptos y, por lo tanto, a mantener sistemáticamente una posición de rechazo ante la aparición de nuevos significados, el desarrollo y el establecimiento de nuevos términos técnicos.

En este punto y antes de exponer las principales actitudes que me han resultado útiles para apreciar el uso de diferentes términos técnicos en análisis de conducta, me gustaría exponer brevemente cómo se forman en nuestra comunidad. Esto servirá para establecer un marco común para entender el resto de este blog.

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Por lo general, los términos técnicos en análisis de conducta se desarrollan de manera inductiva; de los datos a los términos que sirven para referirse al evento conductual. Por ejemplo, el concepto de relación de equivalencia es el resultado de una línea de investigación que comenzó con la observación de un evento conductual específico: un niño incapaz de leer después de ser entrenado para seleccionar correctamente palabras habladas con impresas mostró comprensión lectora y lectura oral (Sidman, 1971). A partir de la observación de este evento en un contexto controlado, se desarrollaron diferentes términos técnicos que serían útiles para: referirse a este fenómeno en diferentes contextos (Sidman, 1994), definir los procedimientos derivados de esta investigación (por ejemplo, Fienup et al., 2015) y tener un mayor control sobre las variables que influyen a este tipo de comportamiento (Arntzen,  2012). Por lo tanto, los términos técnicos en análisis de conducta se desarrollan utilizando un método inductivo derivado de la observación de un evento conductual en un contexto específico y que permite al científico lograr una mayor precisión y control sobre ese determinado evento. Por supuesto, el desarrollo de un nuevo concepto parte de términos técnicos anteriores y depende de la aceptación de la comunidad científica en la que trabaja el investigador. Por ejemplo, se han propuesto términos que no han sido utilizados dentro de la comunidad analítica conductual, ese es el caso del término deinforcement propuesto por Yulevich y Axelrod (1983) para sustituir al término castigo. Además, y quizás lo más relevante para lo que discutiremos en adelante, también se han desarrollado varios términos técnicos derivados de diferentes enfoques analítico-conductuales para dar cuenta de fenómenos similares (por ejemplo, clase de equivalencia y marco de coordinación); el mismo término puede tener diferentes significados (por ejemplo, fuerza del comportamiento; ver Palmer, 2021; Simon et al., 2020); el mismo término ha evolucionado dentro del mismo enfoque conductual para referirse a diferentes cosas (por ejemplo, equivalencia de estímulos ha tenido diferentes significados a lo largo de los años; Sidman, 1994); o el hecho de que algunos términos no eran lo suficientemente específicos como para aumentar la precisión y el control experimental sobre el fenómeno para el que estaban dedicados (por ejemplo, pliance, tracking and augmenting del estudio del comportamiento gobernado por reglas; Harte y Barnes-Holmes, 2021).

Esto puede hacer que un estudiante se sienta perdido entre diferentes términos técnicos, que la comunicación entre diferentes laboratorios sea compleja, que la integración de diferentes estudios sobre un mismo fenómeno sea imposible y que esto lleve a una creación de silos formados por estudiantes y profesionales altamente especializados en un tipo de terminología técnica. Para evitar estos problemas sería beneficioso incrementar el respeto y la apertura a la diversidad en el análisis de conducta, la flexibilidad en el uso de diferente terminología en contextos diferentes, el rechazo a la cultura del zasca en la academia y el estudio de la ciencia como la conducta de los científicos.

Los estudiantes deberían conocer que resolver un problema aplicado o experimental desde otra perspectiva no es malo de forma inherente. A veces los eventos que queremos estudiar son complejos y diferentes perspectivas pueden ser útiles para un mejor entendimiento del fenómeno (Burgos y Killeen, 2018). Es importante aclarar en este punto que no estos defendiendo una posición de eclecticismo naif dentro del análisis de conducta, nada más lejos de la realidad. El análisis de conducta ha hecho grandes avances con el uso sus métodos y sus términos técnicos. Lo que estoy discutiendo es que el analista de conducta no debería rechazar por defecto las aproximaciones y los resultados de estudios científicos que utilicen otra terminología técnica. Para algunos analistas de conducta intentar entender lo que estos otros profesionales están intentando estudiar puede ser útil. Eso implica preguntarse, por ejemplo: en realidad, ¿qué están midiendo?, ¿qué variables están manipulando?, ¿estos resultados se podrían explicar con nuestros términos?, etc.

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Entender los términos técnicos derivados desde otra perspectiva es costoso. Requiere leer literatura a la que no estamos acostumbrados, empaparnos de jerga técnica de este tipo de publicaciones y, en algunos casos, requiere un esfuerzo para traducir estos datos a los términos que manejamos. En este punto, quizás el lector se pueda estar preguntando ¿vale la pena invertir esos recursos?, ¿para qué?, ¿cuál es el beneficio? En primer lugar, me gustaría resaltar que como estudiantes gran parte de nuestro trabajo es aprender nuevas terminologías técnicas e intentar entender las características de diferentes aproximaciones en el estudio del fenómeno sobre el que tengamos interés. Por otro lado, como investigadores puede ser beneficioso para generar nuevas ideas. Es posible que estos estudios estén analizando otros aspectos del fenómeno que se está ignorando desde nuestra perspectiva. Además, estos esfuerzos pueden ayudar a construir un puente que facilite la colaboración entre diferentes investigadores. Al fin y al cabo, la ciencia es una actividad humana en la que la comunicación entre diferentes profesionales es necesaria. Por último, es razonable y legítimo que algunos investigadores decidan no invertir el tiempo ni el esfuerzo necesarios para conocer el uso de los términos técnicos desde otra perspectiva y prefieran invertir su tiempo en pulir y desarrollar los usados en su perspectiva. Insisto, es totalmente razonable y legítimo. Sin embargo, estos investigadores deberían reconocer que los investigadores que intentan establecer puentes para una integración de diferentes perspectivas en el comportamiento humano no están cometiendo ningún tipo de herejía. Ambos, el integrador y el especialista son necesarios y compatibles. Estar de acuerdo en esto, requiere otra actitud, la apertura a la diversidad.

La apertura a la diversidad puede ser beneficiosa para un determinado campo de estudio. Permítanme que recuerde que no estoy defendiendo ningún tipo de eclecticismo en el que absolutamente todo puede funcionar. Estoy defendiendo una apertura a la diversidad desde un campo de estudio en el que los principios conceptuales y filosóficos están asentados y son compartidos. Por ejemplo, asumir que la conducta de los organismos tiene una relación funcional con determinadas variables ambientales es un fundamento básico del análisis de conducta. Desde este pilar conceptual, diferentes profesionales pueden pivotar y dedicarse a diferentes propósitos. Esta variedad puede hacer nuestra disciplina aún más viva, rica y diversa. El profesor Matt Normand ha explicado de forma excelente este argumento en su video “Variety is the Spice of Life” (The Skinner Box, 2022). Algunos analistas de conducta pueden tener el objetivo de evitar el uso de terminología técnica y otros pueden tener como objetivo incrementar la especificidad y el número de términos técnicos. Ambos objetivos son necesarios y compatibles.

Es más, un mismo profesional puede elegir el uso de diferentes términos en diferentes contextos. Esto requiere cierta flexibilidad para reconocer las características del contexto y adaptarse sus características específicas. Es esencial que los estudiantes en análisis de conducta reciban entrenamiento específico en reconocer la audiencia y adaptar el uso de la terminología técnica. Creo que cualquier profesional que trabaje en contextos aplicados puede estar de acuerdo que adaptarse a los clientes es algo esencial para el buen desarrollo de la intervención, colaboración, etc. (Morris, 2014). El hecho de que un profesional use términos menos técnicos o de forma imprecisa, no implica por defecto que ese profesional no conozca el uso técnico de ese término y debería considerarse como una decisión. En este punto, también creo que es importante reconocer que el uso impreciso de términos técnicos debe ser analizado atendiendo a los efectos en la audiencia. Es posible que el uso de términos intermedios en algunos contextos pueda generar confusión o efectos indeseados (e.g., la reificación de diagnósticos clínicos, de terapias psicológicas, de procesos de aprendizaje, etc.). Por lo tanto, el uso de estos términos debe ser evaluado por el efecto que estos términos producen, pero su uso no es intrínsecamente malo y puede ser beneficioso en algunos contextos (Becirevic et al., 2016; Rolider et al., 1998).

Por otro lado, reconocer que la ciencia es la conducta de los científicos y que, por lo tanto, los mismos principios de aprendizaje que rigen la conducta humana también se aplica la conducta científica, nos da una perspectiva diferente sobre el uso de los términos técnicos (Normand, 2017). Como previamente hemos comentado, los términos técnicos son utilizados por los investigadores para generar mayor control experimental sobre un fenómeno, para predecir la ocurrencia de un evento de forma más precisa, para generar explicaciones que puedan servir para entender mejor cómo este evento se puede generalizar en otras áreas, etc. Además, los términos técnicos se desarrollan, se aceptan y se usan en comunidades verbales específicas. Por lo que, estos pueden ser evaluados también por su utilidad. Lo cual implica, que determinados términos pueden ser útiles para explicar un evento pero menos útiles para explicar todo. Por ejemplo,  cabe preguntarse si los términos técnicos desarrollados para el estudio de las conductas de un organismo (i.e., estímulo reforzador, estímulo discriminativo, etc.) son útiles para estudiar conductas culturales o de grupo. Recientemente hemos visto el desarrollo de una nueva terminología para este tipo de estudios dentro del análisis de conducta (e.g., Glenn et al., 2016). El tiempo dirá si el uso de esa terminología genera mejores niveles de control y precisión sobre los comportamientos que pretenden estudiar. Pero independientemente del ejemplo y volviendo al argumento principal, los términos técnicos pueden evolucionar a lo largo del tiempo para adaptarse y generar mayor control y precisión sobre el evento que se requiera estudiar. Debemos explicar a nuestros estudiantes que el cambio de significado de un término técnico o que la aparición de nuevos términos para un mismo fenómeno es algo que puede ocurrir, que no es intrínsecamente malo y que está asociado con el desarrollo de nuestra disciplina.

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Además, también es bueno comentar que el debate académico está lejos de la “cultural del zasca”. Los debates sobre un uso apropiado de una terminología específica son una fuente de progreso para las disciplinas científicas, no son un campo de batalla en el cual los académicos luchan para ridiculizar a los demás y no deben ser leídos de esa forma. Si damos la impresión a nuestros estudiantes de que los conceptos ya usados sirven para explicar todos los fenómenos conductuales, estamos dando una impresión contraproducente. Los términos técnicos y definiciones pueden, y posiblemente deban, evolucionar.

Por último, debemos reconocer que dentro de nuestra comunidad conviven diferentes perspectivas, cada una con sus características conceptuales aprticulares, propósitos deiversis y diferentes métodos de investigación  (Araiba, 2020; O’Donohue & Kitchener, 1998; Zilio & Carrara, 2021). Esto hace aún más necesario la formación de nuevos analistas de conducta en los fundamentos filosóficos del análisis de conducta (Leslie, 2021) y pone de relevancia las actitudes que hemos discutido en este blog (i.e., respeto y apertura a la diversidad, flexibilidad, etc.) para generar integración y comunicación entre los miembros de nuestra comunidad (Fienup, 2019) y por lo tanto para el desarrollo de nuestro campo.

“Quizás estemos siendo demasiado optimistas, pero preferimos esta actitud potencialmente próspera que la pobreza de la discordia. ¿Tú qué opinas?” (Burgos y Killeen, 2018, p. 22).

Referencias

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Barnes-Holmes, D., Regan, D., Barnes-Holmes, Y., Commins, S., Walsh, D., Stewart, I., Smeets, P. M., Whelan, R., & Dymond, S. (2005). Relating derived relations as a model of analogical reasoning: Reaction times and event-related potentials. Journal of the Experimental Analysis of Behavior, 84(3), 435–451. https://doi.org/10.1901/jeab.2005.79-04

Becirevic, A., Critchfield, T. S., & Reed, D. D. (2016). On the Social Acceptability of Behavior-Analytic Terms: Crowdsourced Comparisons of Lay and Technical Language. The Behavior Analyst, 39(2), 305–317. https://doi.org/10.1007/s40614-016-0067-4

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Catania, A. C., & St. Peter, C. (2019). Establishing terms: A commentary on Edwards, Lotfizadeh & Poling’s “Motivating operations and stimulus control.” Journal of the Experimental Analysis of Behavior, 112(1), 15–17. https://doi.org/10.1002/jeab.537

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Fienup, D. M., Wright, N. A., & Fields, L. (2015). Optimizing equivalence-based instruction: Effects of training protocols on equivalence class formation. Journal of Applied Behavior Analysis, 48(3), 613–631. https://doi.org/10.1002/jaba.234

Glenn, S. S., Malott, M. E., Andery, M. A. P. A., Benvenuti, M., Houmanfar, R. A., Sandaker, I., Todorov, J. C., Tourinho, E. Z., & Vasconcelos, L. A. (2016). Toward Consistent Terminology in a Behaviorist Approach to Cultural Analysis. Behavior and Social Issues, 25(0), 11–27. https://doi.org/10.5210/bsi.v25i0.6634

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